En el último informe del Foro Económico Mundial sobre el capital humano “The Global Human Capital Report 2017”, presentado en septiembre, viene a decir que España se encuentra a la cola de Europa, en el cuarto puesto, en formación de sus trabajadores, lo cual a su vez repercute en la productividad general del país. Pero como en todo, cuando a uno le muestran sus errores y problemas, también le enseñan el camino para solucionarlos.
Según los indicadores macroeconómicos, y también otros más mundanos como las terrazas de las cafeterías o las reservas de vacaciones, dicen que la recuperación, tras la hecatombe de 2008, ya es un hecho, lo que debería dar lugar a iniciar también el camino en la corrección de errores.
Formación profesional, la olvidada y abandonada
La formación profesional desde hace décadas ha venido siendo el “patito feo” del sistema educativo. Solo estudiaban formación profesional quienes no servían para estudiar una carrera. Lo que a su vez llevaba a que cada vez se destinaran menos recursos para este tipo de formación, con lo que se reducían los alumnos de un año para otro y los medios para la enseñanza resultaban deficitarios.
Aunque precisamente son los trabajadores con estudios de formación profesional los que hacen que las empresas funcionen. Son el escalón intermedio entre el peón y el personal universitario. Es más, en una gran cantidad de ocasiones esas empresas han sido creadas por quienes se formaron en la FP, ya que al haber aprendido a hacer “algo práctico” tienen en muchos casos más facilidad para emprender, y conforme crece su actividad tienen que contratar a empleados con formación superior.
Las ramas de especialización de la FP son casi infinitas, tantas como oficios haya en la empresa, indistintamente del sector de actividad al que ésta se dedique. Son “los técnicos”. Lo que lleva a tener un personal cualificado, que debería estar bien remunerado, y que dada su formación especializada debería tener participación en las decisiones de la empresa que afecten a su área de trabajo, incidiendo también en su buena motivación.
Una formación profesional muy a tener en cuenta, no solo en los ciclos formativos de la enseñanza pública habituales, sino también en los procesos de formación continua en las empresas, para formar, perfeccionar y promocionar a los trabajadores ya en activo.
Más de 6.000 titulaciones universitarias con el nuevo sistema de máster
Frente a la hermana pobre de la formación siempre ha estado la universidad, que ha sido sinónimo de, tras un gran esfuerzo personal y económico, empleo seguro. Un empleo seguro con el doble de probabilidad que para quien carecía de este tipo de formación, y también, una vez conseguido, con unos ingresos, como mínimo, también el doble de quienes carecían de ella. Y con el gran absorbente de titulados universitarios, que era la Administración, ya fuera estatal, autonómica o municipal, lo que le daba el aliciente definitivo: el trabajo fijo vía boletín oficial.
Eso era antes de la crisis, cuando las ofertas de empleo público tenían una periodicidad continua. Cuando los títulos universitarios tenían una líneas más definidas y se dividían en diplomaturas y licenciaturas. Pero a partir de 2008 el empleo público prácticamente se cerró; de quienes emigraron al extranjero nueve de cada diez fueron titulados; los antiguos planes de estudios fueron desapareciendo; y a día de hoy con más de 6.000 máster, entre universidades públicas y privadas, el 30% de quienes terminan una carrera ya no encuentran trabajo en lo que han estudiado, lo que supone más de 100.000 personas al año, de las que una buena parte desempeña trabajos de nula cualificación, mientras que en los puestos técnicos de la formación profesional siguen habiendo vacantes.
Es decir, se están gastando cantidades ingentes de dinero, de tiempo y de esfuerzo, para conseguir unas titulaciones con las que después nunca se va a trabajar, salvo que se consiga dar un cambio de rumbo muy importante en la vida profesional; mientras que otras ocupaciones permanecen vacantes por falta de personal cualificado que las desempeñe, y quienes actualmente las desarrollan son quienes, sí, cobran el doble de salario que el resto, y tienen su actividad asegurada.
El hospital como ejemplo de simbiosis entre la formación profesional y la universitaria
Cuando pensamos en un hospital siempre nos vienen a la mente cirujanos con sus vestimentas verdes bajo grandes focos en una operación a vida o muerte. En los médicos de urgencias con sus batas blancas corriendo a toda velocidad junto a una camilla dando órdenes a derecha e izquierda, para adelante y para atrás, preparando todo para salvar la vida al recién llegado. En salas de cuidados intensivos donde todo el mundo va enfundado en trajes especiales y hay infinidad de aparatos controlando el estado de los pacientes. En asépticas consultas para revisar las operaciones realizadas tiempo atrás.
Ahí se tienen dos ejemplos de lo ya expuesto. Por una parte la formación continua, por su cuenta y por parte del hospital, formación en nuevas técnicas, en nuevos equipos, etc, que no acaba nunca. Y otra la élite de la formación universitaria, pues siempre suele haber profesionales que son de los más destacados en sus respectos campos, a nivel nacional o internacional.
Aunque al mismo tiempo se ve la importancia de una formación profesional altamente especialidad. Ya que todo el aparataje moderno con el que funciona la sanidad es atendido, en buena parte de los casos por personal técnico formado en la FP del sector. Con lo que podemos tener a un cirujano que sea la mayor eminencia del mundo en su especialidad, pero para que pueda serlo necesita que los focos del quirófano funcionen correctamente, que el aparato de recirculación de sangre funcione bien, que el aparato de respiración también haga lo propio, que los aparatos del control de corazón, de reanimación del paciente, etc., también estén a punto. Sin todos estos medios adicionales, diseñados por magníficos ingenieros en colaboración el personal médico pero cuyo mantenimiento corre por cuenta de técnicos de la FP, tendremos a un gran profesional que no podrá desarrollar su actividad como debe hacerlo por falta de medios, y el resultado, de llevarla a efecto, sería más incierto.
Mismos trabajadores y mejor sistema de pensiones
El gran riesgo del sistema público de pensiones es el aumento de jubilados en relación a los trabajadores en activo, como se recuerda continuamente en los medios de comunicación. Dando lugar a planear la inviabilidad del sistema. Lo que es evidente si a eso se une que el pago de las pensiones debe hacerse en base a cotizaciones sobre salarios inferiores a mil euros.
El personal cualificado, con mayor productividad sobre actividades de mayor valor añadido, percibe salarios más elevados, repercutiendo en unas cotizaciones también mayores. Lo que, en la medida de sus posibilidades, contribuye de forma directa al sostenimiento del sistema de pensiones. Y de forma indirecta, ya que esa renta salarial mayor, hace que exista una demanda también mayor de bienes y servicios, que a su vez, para ser prestados y vendidos, necesitan de trabajadores que también cotizarán a la Seguridad Social.
Por último, en este aspecto relativo a las pensiones, habría que añadir que, un mejor nivel retributivo, y una mayor estabilidad en el empleo, podría conllevar un aumento de la natalidad en estos colectivos, con el beneficio que implica a largo plazo en el sostenimiento del sistema de pensiones.